El siguiente artículo lo descubrí en el Blog Luis Perez (otro bloguero apasionado por la fotografía). El mismo trata sobre la intima relación entre luz y textura en la fotografía.
Una buena iluminación es un elemento decisivo a la hora de hacer una fotografía es algo incuestionable.
En el pasado hemos hablado de las formas de plasmar un atardecer o de la importancia de elegir el instante preciso; pero hoy me gustaría abordar una cuestión algo más técnica: las texturas.
A simple vista, un elemento se distingue por tres factores: forma,
color y textura. A la hora de retratar ese elemento, podemos «modificar»
su forma variando nuestro punto de vista o la distancia focal empleada.
Del mismo modo, podemos alterar el color en mayor o menor medida
empleando para ello el balance de blancos; pero ¿qué pasa con la
textura?
Para modificar la textura de un objeto sólo hay un modo de hacerlo (aparte de usar una lija, claro está) y es jugando con la luz que lo ilumina.
A grandes rasgos se puede afimar que una luz que incida de manera
oblicua sobre el elemento fotografiado va a resaltar el relieve de su
superficie; mientras que si incide de forma perpendicular va a hacer que
esas mismas rugosidades se aprecien en menor medida debido a las zonas
de sombra y luz generadas por los resaltes de la superficie en función
de la posición de la fuente de iluminación.
En la imagen anterior tenemos una simple tapa metálica de registro
fotografiada a última hora de la tarde, justo cuando los rayos del sol
incidían sobre ella lateralmente. Esto hace que se aprecie claramente el
característico relieve antideslizante de la misma; algo que sería mucho
menos visible si esa misma fotografía estuviera hecha a mediodía dado
que no se proyectarían las sombras que veis en ella.
En cualquier caso, que una imagen esté captada en las horas centrales
del día no implica ni mucho menos que no pueda tener definición en sus
texturas, ya que si los rayos del sol inciden desde lo alto serán los
elementos verticales los que resalten el relieve de su superficie.
Es decir, que lo importante para resaltar una textura es que la luz
incida de forma oblicua sobre la superficie en cuestión, de modo que
hemos de tener en cuenta para ello tanto la posición en el espacio del
objeto como la de la fuente de luz empleada.
Como podréis ver, en los ejemplos que ilustran esta entrada he
empleado como fuente de luz el propio sol (ya sabéis que no soy muy
amigo del flash) pero esto mismo se puede aplicar a luces artificiales
y, en general, a cualquier fuente de iluminación que nos podamos
encontrar a la hora de plasmar una escena con nuestra cámara.
En todo caso, debemos recordar que si no podemos modificar la posición del
objeto ni de la fuente de luz, podemos recurrir a elementos como
los reflectores o el uso del flash de relleno (siempre siendo conscientes de sus limitaciones) para adecuar a nuestro gusto la iluminación del motivo a retratar.
Fuente: http://luipermom.wordpress.com/fotografia
No hay comentarios.:
Publicar un comentario