"El viajero"
Desde que a Leandro le regalaron una bicicleta, ésta se
convirtió en su pasión. Cada día, montado en su bicicleta realizaba audaces paseos a
través del pueblo. Pero en las noches, en sueños, su bicicleta era una máquina
fantástica que lo llevaba a lugares fascinantes.
Podía ser un corto viaje en motocicleta alrededor de aquel
centenario gomero, el cual terminaba abordándolo para pasar tardes enteras
entre sus ramas; o podía viajar en el biplano rojo zigzagueando nubes y picos
nevados de peligrosas montañas escarpadas.
El tiempo parecía detener su marcha. Cada viaje duraba lo
que su fantasía le permitía soñar.
Su vida era una sucesión de sueños maravillosos y viajes en
bicicleta. Transitaba el otoño. También en su vida. Y en una vuelta de
sus viajes, encontró que sus piernas no quisieron despertar. Se sintió
apesadumbrado y desanimado. Como una sombra espectral deambuló por caminos
oscuros de su mente. Ya no encontraba máquinas que le ayuden a viajar.
Se debatió a duelo con el miedo y la desazón. Intensas,
fueron las batallas, sin tregua. Ya que, como viejas maestras en el arte de la guerra,
sabían que la perseverancia, a través del tiempo, es la llave para la victoria.
Pero él, no pretendía negociar ni un palmo de su buen
talante, y planteó esta batalla como un viaje más de su imaginación, pero ésta
vez, al fondo mismo de su ser.
Para ello, se armó con destellos de paciencia, llenó sus
alforjas de calma, dejó que el tiempo corriera a su lado, y por último, en sus
brazos cargo la realidad. Se sintió libre otra vez, ligero. Comenzó poco a poco
a despegar, a volar, a soñar.
Volvió de éste viaje como de tantos otros. Con las ganas
renovadas, la ilusión intacta y los sueños mas intensos aún.
Y continuó viajando… y continuó viviendo sus sueños, y
soñando su vida… y con su locura, bella locura, guerreó en mil batallas cada
día, y siempre victorioso, orgulloso y apasionado, descubrió que sin sueños e
imaginación las maquinas jamás lo llevarían a ningún lado.
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